El Mejor Regalo

Llevo más de 30 horas corriendo, es la segunda noche seguida sin dormir compitiendo alrededor del Mont Blanc en UTMB. Mi cerebro entra en shock, siente que estoy en riesgo de muerte y empieza a apagarse para conservar energía, emite serotonina y empiezo a alucinar y delirar. Ahí me pregunto: ¿qué hago aquí?

Primero veo a tres elefantes gigantes sacados de la película Fantasía. Están tocando música en un lago en el pueblo de Champex-Lax. Escucho vívidamente la música y me emociona el espectáculo, hasta que me acerco más para darme cuenta que son piedras y no existe la música. Todo está en mi cabeza. Poco después continúa la carrera en el bosque, donde los árboles, ramas y piedras cobran vida y las formas más espectaculares de esculturas de arte cinético. Veo barcos, carruajes, un niño abrazando a un oso, dos lagartos que están listos para pelear, un avión suspendido entre los árboles y por último un dinosaurio que me cierra el ojo cada vez que doy un paso y me acerco a él. Todas estas figuras desaparecen una vez que estoy lo suficientemente cerca y se vuelven a convertir solo en árboles espectadores de los miles de corredores que estamos invadiendo su territorio.

Nada de esto me causa miedo. Es un festejo a la vida que mi cerebro está preparando para mí. Entro en un terreno desconocido donde es difícil distinguir la realidad de lo creado por mi mente. Ya había escuchado de las alucinaciones que sufren los corredores después de días sin dormir, pero no estaba preparado para esto. El desbalance químico en mi cerebro entre mayor dopamina, desbalance de serotonina y exceso de glutamato, hace que esté teniendo un viaje psicodélico al mismo tiempo que tengo que terminar uno de los ultra maratones más duros y con más altos índices de abandono durante la carrera.

Ultra Trail Mont Blanc (UTMB) es una de las carreras más prestigiosas y difíciles del mundo.  Se lleva a cabo desde 2003 en los Alpes, donde los corredores tienen que recorrer, rodeando la montaña Mont Blanc, poco más de 176 kilómetros y cruzando por tres países: Francia, Italia y Suiza. Lo que vuelve difícil la carrera no es solo la distancia, sino se tiene que cubrir un desnivel positivo de más de 10,000 metros y terrenos montañosos muy difíciles con piedras, tierra y grava.  Adicionalmente la temperatura durante las noches está cercana a los 0 grados y durante el día llega a los 30 grados centígrados.

La carrera comienza un viernes a las 6pm desde el pueblo de Chamonix en Francia. La meta está en este mismo pueblo alpino, donde solo el 60% de los que partimos esperamos regresar. A los profesionales les tomará poco más de 20 horas y los amateurs terminaremos en un poco más que el doble. El otro factor que vuelve sumamente difícil la carrera es el tiempo límite de 46 horas con 30 minutos, así como tiempos límites intermedios, donde si los corredores no los cumplen no se puede continuar.

La parte inicial es rápida, 8 kilómetros planos, los únicos que encontraremos con estas condiciones y todos salimos intentando aprovechar comprar un poco de colchón en tiempo por lo que sabemos serán los kilómetros más difíciles. Me posiciono en la parte de atrás del grupo porque no quiero me empujen ni tener presión de ir demasiado rápido y quemarme. La carrera tiene 3,000 corredores inscritos y el primer check point voy en el 2,405. Solo es el inicio y apenas vienen las subidas. Muy pronto es de noche y tenemos que empezar a correr utilizando las lámparas que llevamos en una banda en la cabeza. Correr de noche hace que solo te enfoques en los siguientes 10 metros, no puedes ver más, aunque hay segmentos que a la distancia puedes ver como se ilumina el camino como una peregrinación de los corredores que van adelante y dibujan la ruta por la que tienes que ir o la montaña que hay que ascender.

La primera noche pasa sin ningún contratiempo, llevo buen ritmo. Para el sábado a las 6am es el kilómetro 62 y cruzamos el puerto de montaña de Col de la Seigne, un ascenso de más de 1,000 m verticales y uno de los puntos más altos de la carrera. También este punto es la frontera que divide Francia con Italia. Ya voy en el lugar 1,776 con lo que he rebasado más de 600 corredores entre los que iban más lentos y los abandonos que se empiezan a acumular.

Mi estrategia de carrera es alimentarme con 80 gramos de carbohidratos cada hora, traigo una tabla conmigo donde detallo que es lo que tengo que comer cada 20 minutos en una combinación entre polvos que se disuelven en agua, geles y barras energéticas. Si bien he practicado comer así durante el entrenamiento, no es lo mismo hacerlo en una rutina de 2-3 horas que mantener lo mismo por dos días seguidos.  No sé si mi estómago vaya a aguantar.

Antes de medio día, y prácticamente a la mitad de la carrera, llego a Courmayeur, precioso pueblo alpino en Italia y primera parada donde se tiene preparado una gran área para descanso y retomar energía. Me siento por unos minutos y veo que ya tengo ampollas en varios dedos del pie. Me cambio de calcetines, reviento algunas de las ampollas y pongo cinta para intentar continuar corriendo. Algo de dolor, caminar con carne viva duele, pero es soportable. Veo las primeras muestras de sufrimiento en corredores que están tirados en el suelo del gimnasio, muchos quejándose y algunos con mirada perdida. 

Salgo rápido y ya voy en el lugar 1,562 y de nuevo con mayor espacio para no tener problemas con los tiempos límites. Lo más difícil está por venir. Nunca me han importado los lugares, pero me sirven para medir como voy. Mi carrera es otra, mi carrera es por terminar.

Viene una subida muy fuerte de ganancia vertical de 900m en tan solo 5 kilómetros. Mentalmente me truena esta subida. No sé si es el haberme detenido y que mi cuerpo se enfrió, pero empiezo a dudar continuar.  Mi mente me dice innumerables veces que no hace sentido, que para qué estoy ahí, que a nadie le importa si hago esta carrera o no y que debo parar. Comienzo con mis juegos mentales que ya he usado para que pase este mal momento: me concentro solo en los siguientes 100 metros que siguen, cuento del 1 al 100, y del 100 al 1, canto la misma canción innumerables veces. Todas las estrategias son para apagar al cerebro, para que no piense por lo que está pasando y así no intente sabotearme. Logro pasar este momento al llegar a la siguiente cumbre y camino lentamente. Empiezo a ganar poco de confianza. Me doy cuenta que llevo cantando la misma estrofa de una canción de James Blunt por las últimas 8 horas. Está bien. Le gané esta primera batalla a mi mente.

Todo el día sábado pasa prácticamente en automático. Para las 7pm estoy llegando al siguiente puerto de montaña que divide Italia con Suiza. Una subida interminable y con ganancia vertical de más de 2,200 m desde Courmayeur. Empieza a pegarme el cansancio. Veo a varios quedarse en la subida sentados y algunos vomitando en el camino por el esfuerzo que representa. El sol se empieza a meter por segundo día consecutivo y veo una de las vistas más preciosas de mi vida. Es poco más del kilómetro 106, pero poco sabía que lo peor estaba apenas por venir y la carrera real apenas iba a empezar. Esto había sido solo el calentamiento.

Los siguientes 30 kilómetros dentro de Suiza hasta llegar a Chapex-Lax pasan sin contratiempo y tengo pocas memorias. El cuerpo se acostumbra al estrés y voy en modo automático, con dolor, pero no siento que sea nada más fuerte que lo que veo en los demás corredores. En este punto veo sufrimiento y dolor real. Varios corredores desmayados tirados en el suelo, algunos otros delirando y otros siendo tratados por paramédicos de los estragos de la carrera. Estar tantas horas en estrés me deshumaniza, no siento su dolor, solo me preocupo por mi estado y me vuelvo casi indiferente a lo que veo.

Al salir de Champex-Lax me encuentro con los elefantes y ahí empieza la carrera y la lucha. Es media noche del sábado entrando al domingo, llevo más de 30 horas corriendo y escalando sin parar y mi cuerpo deja de entender que esto es por gusto y siente que estoy en situación de peligro de muerte.

La noche la paso relativamente bien, estoy empezando un viaje psicodélico que me acompaña hasta la meta.  Durante la noche a pesar de la falta de luz, todo son luces, imágenes y sonidos.  Desaparecen los demás corredores, siento que estoy solo en esto y es una carrera de mi contra mi. Para las 7am toca la última gran subida del pueblo de Trient a la montaña de Les Tseppes. Es una subida inhumana para el kilómetro 146, donde en poco menos de 4 kilómetros hay más de 700 m de ganancia vertical. Es más bien escalar que correr, el paso es a poco más de 2.5 k/hr y me toma hora y media hacer la subida. Para este momento ya voy en el lugar 1,360 y parece que voy a terminar mucho mejor que el tiempo que yo había estimado. Me acostumbro a alucinar y hasta lo disfruto, me rio junto con mi cerebro cada vez que creo que vi una figura y cuando al acercarme ver que es un simple árbol. Estamos en una danza de engaño, imaginación, decepción y risa. Empiezo a reír solo. Me estoy volviendo loco.

Empieza a amanecer, son las 7am del domingo.

Golpeo con el pie derecho a una de las miles de piedras que hay en el camino y siento el peor dolor que tenido hasta el momento. Me fracturo dos de los dedos del pie derecho.  No sé si fue este golpe o la acumulación de los miles de pequeños golpes que les di durante las últimas 40 horas, pero de pronto no puedo caminar. Me siento en el camino para pensar que hacer porque aún me faltan más de 30 kilómetros y no puedo dar un paso.

Después de unos minutos me levanto, me preguntan los corredores que pasan si estoy bien y solo asiento con la cabeza, aunque yo sé que no lo estoy. Comienzo a caminar lentamente. Un paso a la vez. Siempre me lo repito y esta vez es momento de llevarlo a cabo. Uno, dos, tres, cuatro. Cada paso es un cuchillo que me toca el pie. Uno, dos, tres. Dolor. Uno, dos, tres. Cada piedra que piso se clava en mi pie y la siento en todo el cuerpo. Volteo a ver mi reloj y solo he recorrido 100 metros desde que me levanté en lo que siento tardó media hora. Siento que se echó a perder mi reloj, no es posible, pero no me detengo y sigo. Uno dos, tres, cuatro y cinco.

Kilómetro 158, inicio del último ascenso en el tramo que se conoce como La Vallorcine. Aunque lo más complicado ya lo pasé, lo hice con el cuerpo en mejores condiciones.

Recorrer un kilómetro se vuelve eterno. Cada vez que checo mi reloj, difícilmente han pasado 100 metros. El dolor y sufrimiento empieza a ser insoportable. Necesito distraer la mente, pero los juegos con números que normalmente hago ya no funcionan.

Cada kilómetro ha desnudado una capa que tengo no solo en el cuerpo, sino en mi mente. Estoy expuesto, está mi subconsciente en control. En mi cuerpo siento como me reduzco a lo más básico que hay en la vida: sobrevivir. No hay nada más.

Pienso todo el tiempo en sufrimiento. Pienso en mi pasado. Pienso en mi presente. No entiendo para qué estoy haciendo esto, pero no puedo parar. Descubro que puedo soportar mucho más dolor que lo que hubiera pensado y empiezo a llorar. Lloro por lo que estoy pasando, lloro por todo lo que llevo guardado durante tantos años y lloro para sacar la presión. Lloro durante horas mientras sigo dando pasos. Uno, dos, tres, cuatro. Pero no dejo de llorar y ver como cuando me reduzco a lo mínimo indispensable estoy bien. Me empiezo a sentir mejor.

Para entonces ya son las 12 del día del domingo y comienza el calor. Es la última subida de la carrera pero llegamos casi a los 30 grados, voy en el kilómetro 165, faltan poco más de 10 pero siento que me falta una carrera entera. Uno, dos, tres, cuatro. Camino con dificultad y el camino se pone más técnico con subidas y bajadas con alta inclinación, y piedras de gran tamaño. Se me olvidó cargar suficiente agua y ahora estoy en riesgo de deshidratación. Lo siento en mis labios, tengo que racionar el agua y llegar a la cima de La Flégere que está a poco más de 3 kilómetros. Los pasos se vuelven más pequeños pero no puedo parar.

Un último intento de distraer la mente y pongo un podcast dedicado a ultra maratones que se llama “Some Work, All Play” episodio 221. Mágicamente el podcast comienza a hablar como llegar al “pain cave” (término usado por la corredora Courtney Dauwalter cuando siente que llegó a su límite) es un regalo personal, dado que ahí es donde te puedes empezar a conocer y ahí es donde está el crecimiento personal. Ahí es el borde, ahí están tus límites.  Me doy cuenta que llevo casi 40 horas para poder llegar a este límite y no estoy aprovechando el momento. En vez de ver lo bueno me estoy enfocando en el dolor y sufrimiento. De lo que antes huía, ahora lo empiezo a buscar.

Estoy en el pain cave, el tiempo está detenido y es hermoso. No sólo analizo mi vida, sino también veo lo que estamos haciendo mal en el trabajo. Uno, dos, tres, cuatro. Me doy cuenta del valor de la simplicidad y de lo difícil que es empujar nuestros límites. Veo claramente lo que tengo que hacer y en lo que me tengo que enfocar. Uno, dos, tres. Encuentro donde conectar lo disperso, cuál era el patrón que me faltaba por ver y cuál es el siguiente paso lógico en la empresa. Y de pronto todo hace sentido.  Me doy cuenta que lo que me acabo de dar es el mejor regalo.

Un regalo que me hizo conocerme mejor, redefinir mis límites, darme cuenta de lo que me gusta y lo que quiero hacer el resto de mi vida. Saber cuál es mi misión, lo que debo crear y para lo que estoy hecho.  Para lo que me llevo preparando 46 años. Un regalo que sólo se puede llegar después de quitar todas las capas que nos ponemos para defendernos del mundo exterior y para hacernos parecer más fuertes. Con este regalo descubro quién soy y para que estoy aquí.  Veo cómo quiero vivir y lo que quiero construir.

Entro a Chamonix después de 45 horas y faltan pocos kilómetros ya en asfalto para llegar a la meta. La gente desbordada por las calles, y a pesar de ir más de 20 horas detrás de los ganadores, nos celebran como si fuéramos los líderes. Se me olvida mi pie, se me olvida el sufrimiento, se me olvida por lo que pasé, la falta de sueño o las alucinaciones. Por un momento me reflejo en la gente, quien asume por lo que hemos pasado y nos festeja.

Tomo una última fuerza y en la recta final se me olvida hasta mi pie y tanto dolor. Troto los últimos veinte metros para cruzar la meta en 45 horas y 41 minutos.

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La Falsa Meta de la Felicidad