La Falsa Meta de la Felicidad

Parece un complot o un guion sacado del libro Un Mundo Feliz de Huxley, pero las redes sociales, la publicidad, los gobiernos y la sociedad en su conjunto están empeñados en convencernos de que debemos maximizar la felicidad. Nos lo han repetido tanto y lo tenemos tan interiorizado que, incluso, plantearnos la pregunta opuesta suena a una provocación, pero ¿es realmente nuestro objetivo en el mundo buscar la felicidad?

Para responder a esta pregunta, es útil remontarnos al inicio de la evolución. No hablo de los Homo sapiens (hace unos 300 mil años), ni siquiera de los primeros homínidos bípedos que existieron hace 6 o 7 millones de años. Vamos más atrás, hasta los primeros animales que se aventuraron a salir del agua y se convirtieron en terrestres, marcando la base de la evolución que permitió la existencia de los vertebrados. Estos anfibios, que evolucionaron a partir de peces, desarrollaron características para sobrevivir tanto en el agua como en la tierra. Sus aletas se transformaron en extremidades, sus branquias en pulmones, su piel se volvió permeable y su esqueleto se fortaleció para soportar el peso extra de la gravedad fuera del agua. Pensemos en ellos como criaturas similares a las salamandras o ajolotes actuales.

Estos primeros peces que se aventuraron a salir del agua podían nadar y también desplazarse por tierra. Así surgieron los primeros anfibios, que aún dependían del agua para reproducirse y poner sus crías. Iban y venían entre ambos mundos, pero la tierra les ofrecía mayores oportunidades de alimento y menos depredadores. Con el tiempo, se adaptaron y evolucionaron para pasar más tiempo en tierra firme. De esta forma surgieron los reptiles, y posteriormente los mamíferos, los primates, y finalmente, nosotros.

Para poner nuestra existencia en perspectiva, imaginemos la historia del universo como un partido de fútbol de 90 minutos (sin tiempo extra). Los seres unicelulares se formaron en el minuto 65, los primeros seres acuáticos en el 86:05, los reptiles en el 87:58, los mamíferos en el 88:30, los primeros homínidos en el 89:57 y los Homo sapiens en el 89:59. De hecho, apenas llevamos en existencia una décima de segundo del partido: llegamos en el minuto 89:59.88.

Volvamos a los primeros anfibios que se aventuraron fuera del agua hacia lo desconocido. Para ilustrar lo superficial de la pregunta inicial sobre la búsqueda de la felicidad, imaginemos que pudiéramos entrevistar a dos de estos anfibios. El primero intenta salir del agua para adaptarse, evolucionar y transmitir sus genes, aumentando las probabilidades de supervivencia de su descendencia. El segundo, aunque podría salir del agua, nos dice que prefiere quedarse porque es lo que conoce, está más cómodo y "feliz" allí, sin tomar riesgos.

Los Homo sapiens no existiríamos si no fuera por esos primeros anfibios que salieron del agua y lograron evolucionar. Ellos, sin saberlo, estaban trabajando y sacrificándose por las especies que serían sus descendientes. Si aquellos anfibios hubieran optado por la "felicidad", es probable que hoy no estuviéramos aquí.

El principal problema que tenemos los humanos es nuestro ego colectivo como civilización. En primer lugar, la religión nos ha hecho creer que la Tierra y el universo fueron creados para nosotros, sin tener en cuenta que apenas hemos existido un instante en el gran partido cósmico. En segundo lugar, buscamos prolongar este breve momento que llevamos presentes en el universo, creyendo que la vida no tiene sentido si no es con nosotros como protagonistas. Esta combinación de superioridad y ansia de permanencia nos hace pensar que todo fue creado para nosotros y está a nuestra disposición.

Si miramos los millones de especies que han pasado por la Tierra antes que nosotros, la realidad es que los humanos estamos aquí de forma temporal. Con toda seguridad, desapareceremos como especie para dar paso a lo que sigue, a la evolución, a la vida, a esa transmisión genética que ha estado ocurriendo desde tiempos inmemoriales y que resuena en nuestro cerebro como una memoria ancestral. El eco de esas vidas pasadas se refleja en nuestras costumbres, religiones, relaciones, conciencia y hábitos.

Nuestra misión en este proceso es prolongar la vida, no cortar este hilo que comenzó con un ser unicelular hace 3.800 millones de años y que nos ha llevado a lo que somos hoy. ¿Qué significa prolongar la vida para mí? Significa evolucionar, aprovechar mi potencial y contribuir a algo más grande que yo.

Milan Kundera hace una referencia a Beethoven en La insoportable levedad del ser con la frase: "Es muss sein!" (en alemán: "¡Debe ser!" o "¡Tiene que ser!"). Kundera la utiliza para explorar la tensión entre el peso y la levedad en la vida humana. La levedad representa la falta de significado inherente en la vida, mientras que el peso es lo opuesto: la importancia de nuestras decisiones, la responsabilidad y el significado existencial que heredamos.

Evolucionar, aprovechar nuestro potencial y contribuir a la humanidad (o a la especie que será nuestro sucesor): “Es muss sein!” Esa es nuestra verdadera misión. Esto nos lleva a enfocarnos en construir, acelerar, contribuir y participar en cualquier actividad creativa que impulse la evolución de la vida. Crear, construir y contribuir —y todo lo que requiere esfuerzo— es lo que nos brinda una mayor satisfacción y sentido de logro. La felicidad, tal como nos la venden, es una ilusión efímera. La sensación de vacío que sigue a la búsqueda incesante de la felicidad y pensar que la merecemos es lo que nos tiene en la actual crisis de identidad y falta de propósito.

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